Eldolan, una ciudad portuaria, pero no como cualquier otra. La magia está tejida en la propia ciudad: los mejores artesanos murmuran hechizos mientras se concentran en su última obra, los estudiantes de la universidad se retan, a veces por rivalidad entre escuelas de magia, a veces por demostrarse sus nuevos hechizos, incluso para la persona más normal, la visión de las torres flotantes de Horizon, ciudad del Archimago, es un recuerdo constante de la magia que alimenta la ciudad de visitantes en busca de objetos mágicos, libros raros o conocimiento arcano, relegando el mundo "normal" a un segundo plano.
El mundo como el de la plaza de Hawker, un día más. Los vendedores gritan desde sus tenderetes, intentando vender sus productos, convencer a los que pasan que es una oferta que no pueden dejar escapar, que se acaban, se acaban... Algunos compran, otros no. Akrish es uno de los que no. Una leve sonrisa tuerce la comisura de sus labios mientras arregla su túnica verde, una de sus formas de desafiar las convenciones de los Maestros Arcanos, su escuela, y distinguirse de los demás académicos. Un estrépito le hace levantar la vista, pero la calma vuelve a sus rasgos cuando ve que sólo es un carro de calabazas, que ha volcado su mercancía. Apenas aparta la mirada cuando el estridente grito de una mujer le hace girar el rostro hacia ella. Grita, señalando al otro lado de la plaza, un guardia está siendo atacado por varios hombres con túnicas desastradas y entonces uno de ellos se lanza sobre el hombre, mordiendo y desgarrándo su garganta. El guardia se aferra mientras cae a la túnica de su asesino, que se termina de romper y revela el cuerpo de un hombre, abierto y con órganos desaparecidos. Más gritos llaman su atención al centro de la plaza, de donde salen varios cadáveres más, caminando por su propio pie. Tras ellos, cerca del carro volcado, dos hombres con túnicas oscuras, encapuchados, le señalan a él y a otros en la muchedumbre, que ya corre despavorida, y una niebla sombría se arremolina a su alrededor. Como si les llamara, los no-muertos giran el rostro hacia él y otros dos marcados, y se lanzan contra ellos.
Además de Akrish, un Alto Elfo con piel extrañamente olivácea, hay dos personas más marcadas por los encapuchados: Edielle, una soldado de los Elfos de los Bosques, y Libertah, una guerrera enana con más instinto que entrenamiento.
Los no-muertos no fueron rivales para ellos, pero era extraño que se hubieran centrado en ellos tres y, no fiándose de los esfuerzos que los Escudos Plateados, la guardia de Eldolan, pudieran hacer en la investigación, tomaron cartas en el asunto. El grueso de los zombies había salido de un cuarto de mantenimiento de alcantarillas en el centro de la plaza, pero el paso a las propias alcantarillas no se había usado en años a juzgar por el estado de la cerradura, así que dedujeron que sólo había sido un lugar para esconderse hasta el momento del ataque. Más tarde descubrirían que un guardia, para pagar una deuda de juego, había dejado hacer una copia de la llave a un tipo de los muelles, pero mientras, una sacerdotisa que dirige un albergue para mendigos, les dijo haber reconocido a dos de ellos y que había oído rumores de desapariciones recientes.
Decidieron investigar primero en los muelles, lo que les llevó a quienes habían encargado la llave. Se escondían en un almacén más o menos abandonado. Tuvieron que vérselas con un escarabajo-demonio de dos cabezas y un culto de adoradores infernalistas antes de llegar hasta la líder y el demonio que estaba invocando. Heridos como estaban, sacaron fuerzas de flaqueza y obtuvieron la victoria.
No hubo supervivientes a los que interrogar, pero encontraron el diario de la líder del culto, en donde, entre desvaríos apocalípticos, se hablaba del tipo de los muelles que les había dirigido aquí y se decía que hechizos de adivinación habían revelado que su lealtad no era para con el culto, sino para una sociedad secreta con infiltrados en varias organizaciones de la ciudad, incluso en las Bóvedas de los Muertos, en donde se preparaba a los fallecidos para su descanso eterno, protegiéndoles de los poderes oscuros que podían levantar sus cadáveres para utilizarlos como armas.
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