jueves, 21 de agosto de 2014

José


Parecía que el viento y el mar habían tallado sus arrugas como en la roca descubierta de un acantilado de granito. Dura, firme, casi atemporal, como si hubiera estado durante tanto tiempo que no había ya sorpresas. Sonrisas con el humor de quien ha visto ya todo lo que hay gracioso, pero le gusta verlo de nuevo de vez en cuando. Historias de un pasado que en absoluto era mejor, pero que el tiempo enseñó a quitarle importancia a las cicatrices y a sonreír por el recuerdo. Las dificultades, las penurias, los pequeños triunfos de la personalidad contra la erosión de normas sin sentido, las normas por las normas, en lugar de limitarse a la buena voluntad. Historias que podían transportar a quien las escuchara a un tiempo que nunca viviría, recuerdos que jamás serían propios, y devolverle después a una vida que, de pronto, ya parece más fácil de afrontar, con un ejemplo de resistencia contra lo que puede resistirse y aceptación de lo que no. Regalaba recuerdos a quien quisiera escucharlos, a quien no se los había dado aún, y enriquecía así la vida de esas personas.
No voy a lamentar el tiempo que, teniéndole cerca, dediqué a otras personas, porque sentí que toda su familia - su mujer, sus hijos, sus nueras, sus nietos y nietas... - me aceptaban sin más, sin aspavientos, como si hubiera estado allí hace muchos años o el mismo día anterior. Como si fuera uno más.
No lamento el tiempo que, teniéndole cerca, dediqué a otras personas. Pero ya le echo de menos y creo que voy a seguir haciéndolo.

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