- ¿Cómo podría hacer semejante cosa? - preguntó el adolescente.
Era una tienda oscura. A la luz de los fuegos de fuera podría haber sido roja o marrón, pero la suciedad de los caminos había empañado sus adornos brillantes y poco quedaba para destacar una tela informe. Las habladurías decían que acertaba, sin embargo.
- Yo no puedo decir más que lo que veo - respondió el adivino. - las cenizas dicen lo que dicen.-
Era una noche fresca y húmeda, pero aunque no llegaba a ser fría, el adolescente se estremecía bajo sus pieles. No es más que un niño con ricos ropajes - pensó el adivino - No debería haberle dicho esto. El primer cliente con dinero que llega y no voy a sacarle nada. Un cuervo atado a su percha le miró y giró la cabeza. Las reglas son las reglas. No se puede hacer trampas a los dioses.
- No dicen que debas matarle - suavizó la premonición - sólo que morirás si no lo haces.
- ¿Por qué? - preguntó el joven, adelantándose.
- No lo sé, joven señor. - el escudo de su familia se había hecho visible entre los pliegues de su capa cuando se movió. No era sólo un niño bien de una familia de comerciantes ricos. - Yo sólo leo lo que dicen, pero no sé más.
- Y ¿cómo lo sabes? - preguntó el joven, no con curiosidad, sino buscando justificación para dudar.
- Dejo que el fuego queme como los espíritus le indiquen, y que las cenizas caigan como los espíritus deseen. Luego, miro, y dejo que las usen para hacerme entender, pero sólo son condiciones. No son un "tal cosa va a ocurrir" sino un "si esto ocurre, aquello ocurrirá"
- Y si él vive, yo muero. - El joven empezaba a aceptar lo que había oído, con abatimiento creciente.
- Así es, joven señor. - el adivino comenzaba a ponerse nervioso. Nunca se sabía cómo reaccionaría un adolescente, pero cuando el adolescente podía tener guardias dispuestos a cumplir órdenes sin rechistar... - Pero es ya de noche, y son pensamientos sombríos para una hora tan tardía. ¿Puedo sugerir que volváis con los vuestros y descanséis? Quizá mañana encontréis una solución a tan malhadada señal... - Y yo estaré bien lejos de aquí. Mejor hambriento que muerto.
El adivino reprimió el alivio cuando el chico se levantó del taburete de madera.
- ¿Cuánto te debo? - preguntó con una mano en la bolsa. El adivino apenas reprimió un vistazo a lo repleta que parecía antes de responder
- No podría pediros nada después de provocaros tal desazón. Nada me debéis, señor.-
- Sea como dices, y que encuentre una solución.- El joven cerró su capa de nuevo y salió de la tienda. El adivino suspiró, pensando que era mucho esperar que le diera dinero después de todo. Miró entre los pliegues de la tienda y, cuando vio que se había alejado un poco, empezó a recoger lo más silenciosa y rápidamente que fue capaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario